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miércoles, 16 de mayo de 2007

Palabras con sabor a Panamá


El Profesor Rodolfo De Gracia ha realizado una excelente investigación, la cual ha dado como fruto el libro denominado "El rumbo de nuestras palabras".
Su investigación inicio hace tres años, y la misma hará que Panamá deje de estar a la cola, como uno de los países que menos palabras tiene registradas en el Diccionario de la Real Academia Española, DRAE.
El Prof. de Gracia. descubrió que más palabras de las que aparecen en el DRAE deberían llevar la marca Panamá. Aunque no sean términos de uso exclusivo entre los panameños y sean compartidos con los hablantes de otros países.
Entre ellas podemos mencionar las siguientes palabras exclusivas de los panameños (esto quiere decir que sólo nosotros las usamos con el significado que le damos aquí) están: "bochinche", "bocacho", "birrioso", "cují", "chaquira", "cantadera", "carilimpio", "bollo", "atracón", "aperrear", aguelasón", "congo" y "tamborito" (con las dos connotaciones, el baile y le formó un tamborito o sea un problema). También podemos mencionar "vidajenear", que, aunque no somos los únicos que lo practicamos, sólo nosotros usamos esa palabra con la connotación de meterte en lo que no te incumbe, de andar averiguando qué hacen y dejar de hacer para luego andar con el "bochinche", término que también es un panameñismo.
Igualmente tienen la marca Panamá "rambulería", "pollera", "ñampear", "membretar", "guaricha" y "paquetazo" (ambas connotaciones, la de fraude electoral y la de robo).
Según el Prof. de Gracia, esto de seguirle la pista a las palabras lo empezó en 2003, estando en España. Quería seguirle la pista a los 224 términos que llevan la marca Panamá y más que otra cosa lo movió el interés por saber si nada más los usamos nosotros. Aprovechó el mejor banco de datos que hay en Español, que es el que está en la Real Academia Española. Allí aparece consignado un gran número de diccionarios de los diferentes países y le sirvió para cerciorarse si las palabras nuestras se utilizaban en otras naciones o si el Diccionario de Panameñismos de Baltazar Isaza Calderón había sido el primero. Y resulta que en algunos casos sí. En otros, ya las palabras con el significado que le damos los panameños aparecían en otros diccionarios, como en el del mexicano Francisco Santamaría (1942), el del español Sebastián de Covarrubias Horozco y el del argentino Augusto Malaret (1946).
Asimismo, para escribir "El rumbo de nuestras palabras", el Prof. de Gracia se documentó leyendo obras de autores locales que se han dedicado a los panameñismos, como Baltazar Isaza Calderón, Luisita Aguilera, Gil Blas Tejeira (El Habla del Panameño), Ángel Revilla, Joaquina Pereira de Padilla, Martín Jamieson y Elsie Alvarado de Ricord (quien se dedicó a recoger información lexicográfica). Igualmente, se leyó todos los boletines de la Academia Panameña de la Lengua, desde su fundación en 1926.
Con estos resultados la Academia podrá actualizar el registro de voces panameñas que debería crecer enormemente porque Panamá es uno de los países que menos registros tiene (sólo 224), en comparación con otros como Costa Rica (817), Colombia (1256) y Honduras (1950).

Fuente Diario Panamá América

lunes, 14 de mayo de 2007

Hablemos de los Panameños


Este artículo me llamó la atención, por ello lo comparto con ustedes. Su autor, el Sr. Demetrio Fábrega ha obtenido el premio Ricardo Miró en 4 ocasiones.

Breve selección de anglicismos
y disparates de los panameños


NO VOY A dedicarme a hacer una continuación de la incomparable obra de Ricardo J. Alfaro sobre los anglicismos que en su tiempo estaban en uso en Panamá, en primer lugar por respeto a su autoridad, y en segundo lugar porque se volvería una obra casi tan gruesa.
Sin embargo, he decidido añadir algunas cosas que, por cierto, son imperdonables, particularmente porque atañen a la sintaxis, a las formas internas de la lengua, a las estructuras lógicas, que son lo que más cuenta, ya que palabras nuevas, de un modo u otro, se cuelan en el habla popular que, después de un tiempo, las evacúa.
Como sé que hay unas quince personas, amigos y conocidos, que me han manifestado reiteradamente su preocupación por el español de hoy en Panamá (o mejor dicho, las jergas que se hablan), quisiera comenzar por decir que aquí ya no se habla español, y lo digo sin ninguna pretensión personal porque recuerdo uno de los grandes difuntos de la Real Academia Española que, hace diez años, con indignación televisada, decía entonces que ya en España ya nadie hablaba español.
Entre los más me irritan están los letreros que hay en bancos y otras instituciones financieras que dicen "Espere por el próximo cajero". Esperar por el próximo cajero significa que ese próximo cajero es quien tiene la culpa de que uno espere, es culpable, responsable de que uno siga en fila. La fila o la cola no tienen nada que ver, como tampoco tienen nada que ver los dueños y los jefes de las empresas, en particular las oficinas para la atención del público de las grandes privatizadas que ni siquiera respetan la obligación de la ventanilla para jubilados ¡No se trata de turno de espera! En español se ha dicho siempre y seguirá diciéndose siempre "Espere el próximo cajero". El pobre cajero no tiene ninguna culpa de la espera ni tampoco está identificado en el vistoso anatema que va implícito en estas líneas ni son los insultos callados que él e incluso su madre reciben. El verbo esperar no rige preposición "por" con ese significado. Cuando la claridad lo exige, rige preposición "a", como al decir: "Espero a Juana y sigo aquí porque Juana no es puntual", o bien no rige nada como en "Espero las Navidades para ver si Mengano se suaviza y me paga lo que me debe". El "espere por" es una vulgar e innecesaria traducción literal del "wait for", y sobre eso podría uno decir "I am looking for some Panamanian who may know how Spanish is spoken".
El otro es el uso imbécil de las expresiones "Ya estoy anuente": "Pero ella no está anuente de que me voy", "Ya estoy anuente a eso", con el sentido de estar al tanto", "estar enterado" "estar al corriente de algo que ha ocurrido". "Anuente" en español significa únicamente que el hablante está de acuerdo con algo o que dio su consentimiento. El significado del adjetivo "anuente" es "estar de acuerdo". "dar su consentimiento", y estrechándole el significado (como suelen hacer al aprobar leyes). simplemente "no oponerse". Quien no lo use así, está simplemente ausente de la lengua española. "
Como no faltarán "puristas" que a veces son curiosos, la etimología de "anuente" es el verbo "annuere" en latín, que hace muchísimo tiempo cayó en desuso sin más prole que el "controvertido" anuente.
Como los instructivos que traen los frutos más populares de la electrónica (léase electrocución de los mejores recursos de la mente humana) dicen que las figuritas que sacan en sus pantallas son "íconos" y ahora todo el mundo dice "íconos", como esdrújula, aunque, desde la primera historia del arte que abarcó Rusia y Polonia, y desde las primeras traducciones de Gogol, Tolstoi y Dostoievski "iconos" nunca ha llevado tilde. Cabría pronto explicar que "ícono" con tilde pertenece al mundo de Bill Gates y que "icono" sin tilde denota una pintura sacra de la iglesia ortodoxa rusa y de la griega.
Desde hace unos diez años, se usa con frecuencia "lastimosamente" para excusar lo que no debió ocurrir o para anunciar que no se va a resolver algún problema, y todo el mundo se siente obligado a usar esa palabra con el significado de "desgraciadamente" o "lamentablemente" que significan cosas muy distintas. Lastimoso no significa lo mismo que desgraciado ni tampoco lo mismo que lamentable.
Como las reglas más elementales de la gramática enseñan que es posible formar adverbios añadiendo "mente" a los adjetivos, ¿se deberá al mejicano de Harvard, a un "regrettably"? Pero entrando en los diccionarios que vienen con los programas de Microsoft, resulta ahora que hay que decir "accesar" y no "acceder". Peor aún nadie puede escribir en una compuradora que está de acuerdo con algo porque lo señala como error. Se dice "de acuerdo con" cuando se sabe hablar y no el "de acuerdo a" que era uno de los dolores de cabeza de don Manuel Seco, de don Dámaso Alonso y de varios otros grandes amantes de nuestra lengua, que atribuían el uso a los barrios bajos de Madrid, antes de que a Bill Gates se le ocurriera aparecer firmando un contrato "para la defensa de la lengua española".